viernes, 21 de octubre de 2016

  Discutiendo sobre la película "La noche de los lápices" una de las compañeras de mi hija le dijo que ella no sabía lo que era el dolor, que el tener un tío abuelo desaparecido no hacía que supiera sobre la dictadura o sobre el dolor que sus victimas habían sentido. Esta niña de 16 años no puede estar mas equivocada. El dolor por nuestros familiares desaparecidos se convirtió en un marcador genético, uno que heredamos de nuestros padres, y pasamos a nuestros hijos. 
  Yo no estaba el día que nació mi tío Ricardo, sin embargo sé que estaba haciendo mi padre, su hermano, ese día, sé que ropita tenía Ricardo la primera vez que lo vio... Yo no estaba el día que Ricardo desapareció, pero sé donde estaban mis padres y mis abuelos en el momento en que les avisaron, y como se sintieron. Sé cuanto mi padre lo lloró, sé cuanto lo busco y como afectó eso su vida, su matrimonio, nuestra infancia.
  Las lágrimas que lloró nuestra familia por la ausencia de Ricardo, las nuestras, durante una infancia marcada, fueron absorbidas por nuestra piel, los recuerdos se implantaron en nuestra memoria genética... y la historia de Ricardo, no sólo la que sentimos en nuestra carne, sino la que buscamos, aprendimos y tratamos de comprender, se infiltró en nuestra sangre, para que nunca, nunca, nunca pueda ser olvidado, para que nunca esté solo, para que su vida no se haya ido en vano, y para que nosotros, y nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, y todos nuestros descendientes nunca olviden.... 
  Mi hija sabe lo que es el dolor, no lo ha sentido en su carne o en su corazón, pero sabe.
María Silvina SAIBENE